Bueno, ya que muchos me preguntan por el tema de Panamá y Venezuela, aquí va mi opinión:
Para empezar, tengo un problema con las palabras de Maduro. La palabra 'lacayo' denota un intercambio, una relación al menos aparentemente “justa”: servidumbre a cambio de un pago. Así se puede describir la relación estadounidense con Israel, Egipto o Colombia, construida y mantenida a base de miles de millones de dólares anuales. Lo de Panamá es distinto: aquí se hace lo que los gringos dicen por pura convicción, por una servilidad que raya en lo perturbador y que no tiene paralelos en el orbe ni precedentes en la historia.
Es un tema psicológico, una especie de síndrome de Estocolmo que Vasconcelos resumió como “el pueblo que pierde la fuerza para sacudirse el yugo termina por adorarlo”. Salvo por dos o tres años de nuestra vida republicana, en este país siempre, absolutamente siempre, han mandado los estadounidenses, y se ha cumplido a rajatabla (y con gran entusiasmo) lo que ellos dicen. La historia panameña es clarísima en ese sentido.
Luego está el tema de las 'intenciones' panameñas. Las relaciones internacionales de un país son igual o más importantes que todos los demás asuntos juntos por un sencillo motivo: el sistema internacional es anárquico por naturaleza. Al no haber gobierno mundial, cada Estado debe utilizar lo mejor que tiene (sus mejores cerebros, sus mejores prácticas, etc.) para preservar sus intereses. Por eso en casi todos los países el canciller es el segundo oficial más importante, solo por detrás del presidente/primer ministro.
Dicho eso, el simple hecho de pronunciarse sobre la situación interna de otro Estado ya dice mucho sobre las intenciones de un gobierno. Pero aun suponiendo que Panamá realmente estuviera motivado por los ideales (democracia, paz, bla-bla) que menciona en sus pronunciamientos, ¿por qué llevar el asunto a la OEA? La aversión venezolana (y de otros) por dicho organismo es requeteconocida, y Panamá es miembro de la CELAC, un foro en el que los venezolanos se sienten mucho más cómodos. Si la buena intención es genuina, ¿por qué no tratar el asunto allí? En vista de esto, la conclusión es simple: las acciones panameñas estuvieron motivadas por la mala fe, la ignorancia o una combinación de ambas.
Con respecto a la mala fe, hay que decir que no es incomprensible. Además de ser perros falderos de Washington (y por tanto enemigos de todo lo que huela a izquierda), resulta que los boliburgueses nos deben un tarrantán de plata. En ese caso, estoy seguro de que hay canales mucho más relevantes para defender nuestros intereses económicos que el show en el que nos hemos metido.
Mi problema en realidad es con la ignorancia. En su respuesta a las palabras de Maduro, el gobierno panameño menciona un precedente por parte de Venezuela en 1989. ¿Es que no sabe el gobierno panameño que el ídem venezolano se considera revolucionario y, por ende, desprecia todo lo hecho por los gobiernos anteriores, especialmente los de la llamada “Cuarta República”? No hace falta ser un genio para ver cuán contraproducente es ese gesto.
Y eso es solo una gota en el océano de nuestra mediocridad. La ignorancia nos está acabando como Estado diplomáticamente independiente. El historial es claro, pero la velocidad que ha cogido en los últimos cinco años es increíble. Siguiendo la tónica del gobierno-supermercado, hemos puesto a la venta hasta nuestra política exterior. El problema es que no nos están pagando lo que nos deberían pagar. Países como Arabia Saudita, Pakistán, Israel o Colombia sacan muchísimos más beneficios por muchas menos lamidas al trasero estadounidense. Incluso, a veces se dan el lujo de ponerse gallitos, sea por arranques de amor propio o para mantener las apariencias. A eso se le llama sofisticación. Por eso, mi problema es con la ignorancia y la mediocridad. Si vamos a ser lacayos, al menos hagámoslo bien.
Por último, estoy observando un fenómeno que no había visto antes en Panamá. Casi todo el mundo, incluyendo a los medios más "independientes", se ha volcado con el gobierno y, por supuesto, las preguntas relevantes se han ido por el excusado. Esto sucede en Estados Unidos, por dar un ejemplo, cada vez que quieren ir a la guerra o desviar la atención de ciertos problemas. Los medios gringos, desde el New York Times hasta la Rolling Stone, marchan firmes al ritmo que les dictan la Casa Blanca y el Pentágono, algo que ha sido estudiado por innumerables académicos.
Aquí está pasando lo mismo en estos momentos, pero no es la primera vez: sucedió también con el tema de la ampliación del Canal, donde la narrativa “nosotros contra ellos” silenció el debate y el cuestionamiento a los actores panameños de una manera asombrosa. Ese aspecto, el de control de pensamiento, es quizá el único en donde estamos avanzando.
Ángel Ricardo Martínez
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